Eugenio Gerardo Lobo
(Cuerva, Toledo, 1679–Barcelona, 1750)
Si nos atenemos a las circunstancias conocidas, el individuo Eugenio Gerardo Lobo fue un personaje de relativo prestigio en su tiempo. Profesionalmente, vio recompensados sus méritos militares con grados y cargos lejanos del alcance de la mayoría; socialmente, se codeaba con aristócratas y empleados de altísimo rango de la monarquía. Es curioso, sin embargo, que acostumbre a mostrarse en sus composiciones con la campechanía del ignorante o el aspecto ridículo del pobre hombre. En mi opinión, estas y semejantes declaraciones buscan sencillamente captar la benevolencia de los receptores; con este objeto, don Eugenio se presenta a sí mismo como un fantoche de quien los lectores pueden hacer burla, a quien pueden mirar por encima del hombro. Lobo, convertido en histrión, se esconde detrás de la máscara del hombre común: se coloca a la altura de sus contemporáneos y se dirige a ellos frente a frente, cara a cara, «hombre a hombre» —como en «Pandémica y celeste»—, para que se diviertan a su costa y se sientan libres de entablar conversación con él. Este tipo de comportamiento tampoco es absolutamente nuevo en la poesía española, pero su aparición en Lobo y muchos de sus contemporáneos nos lleva a la conclusión de que los autores del Bajo Barroco no constituyen en absoluto vía muerta ni callejón sin salida de la escritura en verso, sino eslabón necesario en la trayectoria estilística de la poesía en lengua castellana.