Gustavo Adolfo Bécquer
(Sevilla, 1836-Madrid, 1870)
Gustavo Adolfo Bécquer es, sin duda, el gran poeta romántico español, de segunda generación, aquel que logra la voz íntima, breve y moderna que abrirá toda la poesía española posterior. De familia y formación artística, cumplió todos los ritos del poeta de su tiempo: decadentismo histórico, vida bohemia entre el periodismo y los versos y relatos, biografía entre amores y desamores que se extinguió brevísimamente… El reconocimiento literario le llegó bastante tarde –a finales de siglo–, porque incluso lo más preciado de su obra, las Rimas, se perdieron con las revueltas de la primera República y tardaron en aparecer. El autógrafo se encuentra hoy en la Biblioteca Nacional de España. Su obra periodística y ensayística es bastante amplia, en contraste con la parquedad de las Rimas y con la brevedad de las composiciones. Además de colaboraciones con su hermano Valeriano, pintor, se suele apreciar el conjunto de Leyendas, muchas de las cuales se redactaron en el monasterio de Veruela (Zaragoza), a donde se había recogido para mejorar de la tuberculosis que le llevará a la muerte, muy temprana, probablemente en una casa de la calle de Claudio Coello (Madrid), de la que ha desaparecido la lápida. En Sevilla, a donde se llevaron sus restos, puede uno visitar su curioso monumento, en el Parque de María Luisa. El Libro de los gorriones contiene poco más de setenta composiciones, aparentemente muy sencillas, breves, en las que aparece el amor, la mujer amada y el inefable sentimiento amoroso del poeta. El tono de sus Rimas –se dice– tiene mucho de la canción popular, lo que es cierto, y ha sabido recoger los nuevos aires de la veta romántica decantada que recorre toda Europa, y que es la que permite que sea considerado un pilar de la poesía moderna. Una característica tiene, sin embargo, que no se suele señalar –quizá como la música de Chopin, con la que se hermana–: es la más extraordinaria utilización de recursos métricos innovadores que se conoce antes de Rubén Darío, eso sí: soterrados bajo una apariencia de sencillez.