El bobo del colegio es una típica comedia de enredo, de esas que la crítica ha catalogado como “comedia urbana”. Decir “enredo” es decir engaño bien urdido, con el sano propósito de divertir; y para ello no se renuncia a nada: al disparate, al juego escénico, al disfraz, al chiste grueso y al más sutil, todo lo que pueda sostener el humor y encandilar a un público rendido a las convenciones del teatro, que se manifiesta agradecido en risotada franca o en sonrisa inteligente. Y todo ello para que triunfe el amor, el otro motor de la comedia de enredo, aun contra las convenciones sociales. Y decir “comedia urbana” es decir ambiente coetáneo de ciudades concretas y sus costumbres. En este caso, la vida universitaria, de Salamanca, y la luz del mediterráneo valenciano se dan la mano para formar el escenario dramático de la comedia que ahora presentamos. Valencia, rico centro comercial de clima cálido y sensualidad mediterránea; y Salamanca, con su frío castellano y su vida estudiantil, son los dos lugares de la acción. Valencia y Salamanca, dos ciudades que Lope conoció por los avatares de su biografía. La intriga amorosa se adereza aquí con aromas de naranjas y azahares, con manteo escolar, beca y bonete, se salpimienta con su poco de latines, con sus discusiones de filosofía natural y de astrología, y se complementa con una salsa picaresca de tradición folclórica. El guiso que resulta es este sabroso texto del Fénix de los Ingenios.