La entrada en el universo narrativo de Emilia Pardo Bazán suele realizarse desde sus grandes novelas. Ahora bien, la maestría narrativa de la autora no se agota en ellas, sino que alcanza una cima muy especial en los espacios narrativos de concentración, sus cuentos, que hasta fechas recientes han recibido menor atención.
La sorpresa ante la contemplación de la estampa pintoresca y el olor del bosque, de la tierra mojada en el campo, de sus labriegos, de las campesinas con las sayas manchadas de barro, la gracia del rostro de la joven que pastorea el ganado… en la ciudad, el elegante salón, la tertulia masculina, el paseo donde se exhiben las ricas y las que aspiran a serlo, la posada, el taller, el hogar humilde, la tienda de ultramarinos, son los escenarios donde encontraremos una galería variopinta de mujeres: mendigas, amas de casa, labradoras, pescadoras, burguesas de medio pelo y alguna de alta posición, hasta una monja; campesinas y urbanitas, reales e imaginarias. Muchas, maltratadas, asesinadas, oprimidas de diversos modos por sus padres, maridos, pretendientes y por la sociedad entera, erigida en juez. Otras, atrevidas, valientes, duras, desafiantes, incluso vengadoras. Junto a ellas o frente a ellas, hombres brutales, maltratadores y asesinos; caballeros elegantes capaces de una pérfida crueldad; trabajadores honrados que matan por salvar su honor. Y también, hombres que se horrorizan ante la ignominia, que ayudan a las mujeres, que se enfrentan a los maltratadores… Todos de una actualidad sangrante que, en la lectura de estos cuentos, se torna en doloroso deleite.
Si se descubren ahora, su placer resulta imperecedero. Los grandes nombres ocultan pequeños tesoros.